Disco 1: hubo un tiempo que fue hermoso. Un tiempo en el cual conocíamos a nuestros ídolos a través de su obra. O de publicaciones que nos contaban un poco más acerca de esa imagen sobre la cual nos reflejábamos. Un tiempo en el cual Robert Johnson firmaba pactos con los demonios para tocar la guitarra como los dioses, donde los Led Zeppelin vivían rompiendo cuartos en el Chateau Marmont. Un tiempo en el cual Charly García era un músico hiperactivo que se la pasaba yendo de la cama al living de la mañana a la noche, como un león enjaulado en Santa Fé y Coronel Díaz. Era un tiempo hermoso porque era un tiempo misterioso. Y todos sabemos (o deberíamos saber) que pocas cosas son más interesantes que el misterio.
Disco 2: pero los tiempos están cambiando, dijo alguien que aún hoy sigue siendo devoto de Nuestra Señora del Bendito Misterio, y esa barrera que había entre las estrellas y los humanos se rompió. Y los dioses de nuestro Olimpo personal bajaron a la tierra de los mortales y empezaron a pasar un tiempo delante de su computadora y otro tiempo empuñando sus smartphones, contándonos fragmentos de su vida que no se si no queríamos, o no debíamos conocer. Porque saber que ese tipo que llena estadios tiene faltas de ortografía es casi tan chocante como imaginarse a Frank Sinatra saliendo a cantar en el Sands con una mancha de tuco en la solapa.