Hoy en día, las startups tecnológicas de EE.UU. tardan más tiempo en salir a bolsa y lo hacen con valuaciones mucho mayores que las empresas de décadas pasadas . Gran parte del upside (el mayor crecimiento en valor) ocurre ahora en el mercado privado – beneficiando a venture capital y private equity – y no en el mercado público al que acceden los inversores minoristas. Esto significa que el tramo inicial de creación de valor se privatiza: el inversor retail se pierde potenciales ganancias tempranas, aunque por otro lado pudieran evitarse algunos riesgos de invertir en empresas inmaduras infladas por inversores privados.

¿Pero cuándo salían “baratas” las IPO tecnológicas?
Veamos algunos ejemplos de grandes tecnológicas y sus valuaciones al momento de salir a bolsa, comparadas con startups recientes:
- Microsoft (fundada 1975, IPO en 1986): 11 años para salir a bolsa, con una valuación de mercado de aproximadamente $500–780 millones. La oferta pública inicial recaudó apenas $61 millones . (Dato curioso: Bill Gates consideraba que un precio por acción de $20 ya empujaría la capitalización por encima de $500 millones, lo cual le parecía “incómodamente alto” ).
- Amazon (fundada 1994, IPO en 1997): Solo 3 años hasta su IPO, debutando con una capitalización cercana a $438 millones . Jeff Bezos llevó a Amazon al mercado público cuando aún era esencialmente una librería online con altísimas tasas de crecimiento pero muy pequeña en tamaño.
- Google (fundada 1998, IPO en 2004): 6 años hasta la IPO, debutando con una valuación de alrededor de $23.000 millones . Google ya era rentable y dominaba la búsqueda en Internet, pero aun así el público pudo invertir desde un market cap relativamente “moderado” en comparación con los gigantes actuales (hoy Alphabet vale más de $1,7 billones ).
- Facebook (fundada 2004, IPO en 2012): 8 años hasta salir a bolsa. Su IPO fue histórica: valuación de $104.000 millones, recaudando $16.000 millones – en su momento, la tercera oferta pública más grande de la historia de EE.UU. . Ya fue un mega-IPO, reflejando que Facebook había capturado gran parte de su crecimiento antes de llegar al mercado público.
- NVIDIA (fundada 1993, IPO en 1999): ~6 años hasta la IPO, con una valuación inicial mucho más modesta. Sus acciones salieron a $12 por acción , lo que implicó una capitalización de apenas unos $500–600 millones (estimados). Tras 25 años como empresa pública, NVIDIA superó los $1–2 billones de market cap en 2024, pero aquel crecimiento fenomenal se gestó desde una base pública muy pequeña.
¿Por qué las startups esperan más para hacer IPO?
Dos factores principales impulsaron este cambio en la última década:
- Más capital privado disponible: Los fondos de venture capital ya no solo invierten en etapas tempranas, sino que participan en rondas posteriores mucho más grandes, elevando las valuaciones antes del IPO. Además, fondos de private equity y gestores de activos (hedge funds, mutual funds) han entrado a invertir en late-stage startups. Compañías prometedoras pueden recaudar cientos o miles de millones sin cotizar en bolsa, retrasando la necesidad de una IPO. Hubo una explosión de “unicornios” privados (> $1.000 millones): de unas pocas en 2010 a más de 1.200 en 2023 a nivel global . Muchas incluso alcanzan el estatus de “decacorn” (> $10.000 millones) de forma privada – Stripe y SpaceX son casos emblemáticos que rondaron los $95–100 mil millones . Según un estudio de McKinsey, en 1999 la edad promedio de las tecnológicas al salir a bolsa era ~4 años, y la mayoría de las empresas de software que llegaron a valoraciones >$10B lo hicieron después de varios años como públicas (no antes) . Hoy ocurre lo contrario: es común que una startup ya valga >$10B antes de su IPO .
- Incentivos para no cotizar: Las desventajas de ser público (exigencias regulatorias tipo Sarbanes-Oxley, escrutinio trimestral, costos de transparencia) llevan a fundadores e inversores a posponer la IPO. Como ha señalado Jamie Dimon (CEO de JPMorgan), las cargas regulatorias y de reporting más pesadas desincentivan salir a bolsa . Si pueden conseguir fondos para escalar de forma privada, muchos prefieren crecer “a puertas cerradas”. Además, hoy existe la posibilidad de obtener liquidez privada para empleados/fundadores (vía ventas secundarias) sin necesidad de cotizar, algo impensable hace 25 años. En resumen, si una empresa puede conseguir dinero y dar salida parcial a sus accionistas sin pasar por Wall Street, suele preferir esa vía. (De hecho, la ley JOBS Act de 2012 flexibilizó el límite de accionistas privados antes de obligar a revelar estados financieros, permitiendo que las empresas se mantengan privadas por más tiempo .)
Estos factores explican por qué el número de empresas listadas ha caído drásticamente – de ~7.300 en los 90 a ~4.300 hoy en EE.UU. – y por qué muchas startups llegan a bolsa solo cuando ya son maduras y de gran tamaño. Hoy, 87% de las empresas estadounidenses con >$100M en ingresos son privadas , lo que indica cuántos negocios escalados permanecen fuera del alcance bursátil tradicional.
El lado negativo: menos upside para el inversor público
Para los inversores minoristas, esta tendencia supone que las ganancias tempranas de empresas disruptivas ocurren en gran medida fuera de su alcance. Algunos puntos a considerar:
- Menor potencial de multiplicación: Cuando empresas como Amazon o Microsoft salieron a bolsa con valuaciones por debajo de $1.000 millones, ofrecieron al público la oportunidad de participar en crecimientos de 100x o más con el tiempo. Por ejemplo, $1.000 invertidos en la IPO de Microsoft en 1986 valdrían hoy varios cientos de miles de dólares (gracias a splits y dividendos) . En cambio, una empresa que ya vale $50.000 millones al hacer IPO difícilmente multiplicará su valor por 100 tras cotizar – el gran salto sucedió durante sus etapas privadas.
- Un trozo más pequeño del pastel: Antes, la IPO marcaba el comienzo de la historia de crecimiento en bolsa; ahora a veces es más bien la mitad o el final del capítulo de alto crecimiento. Entre 1980 y 2020, la mediana de la capitalización al momento de listar creció de ~$300–400M a más de $2B, es decir que las empresas ya llegan cuatro veces más grandes al mercado público. Esto implica menos recorrido disponible post-IPO antes de madurar. Además, el número de grandes compañías privadas ya supera al de públicas en ciertos rangos: como vimos, 87% de las empresas >$100M de ingresos son privadas , lo cual elimina una vía tradicional de creación de riqueza para los inversionistas pequeños al mantener muchas oportunidades fuera de los mercados abiertos.
- IPOs menos “ganadoras” inmediatas: Ya ni siquiera se garantiza el clásico salto de precio tras la IPO (el IPO pop). De hecho, muchos unicornios han decepcionado tras salir al mercado. Más del 40% de las startups valuadas en >$1B que hicieron IPO desde 2011 terminaron cotizando planas o por debajo de su última valuación privada . A menudo la última ronda privada infló el precio a niveles difíciles de sostener en bolsa. Ejemplos: Snapchat (IPO 2017, ~$24B de valuación) tuvo un breve pop inicial pero pronto cayó por debajo del precio de IPO; Dropbox (2018) y Blue Apron (2017) también debutaron con valuaciones públicas menores a la privada previa. Para el minorista, estos casos significan el riesgo de comprar caro algo que quizá ya no tenga mucho upside inmediato.
- Menos IPOs “pequeñas” para apostar: Con la caída en la cantidad de salidas a bolsa – especialmente de empresas jóvenes – el inversor tiene menos oportunidades de encontrar “el próximo Amazon” en etapas tempranas vía mercados públicos. Muchas startups optan por ser adquiridas por un gigante o seguir privadas hasta ser muy grandes, en lugar de cotizar prematuramente. Las que sí salen tienden a ser más maduras, a veces ya con crecimiento ralentizado o valuaciones exigentes. En síntesis, parte de la “magia” de invertir temprano en grandes éxitos se ha trasladado al ámbito privado. Los venture capital, fondos privados y ángeles capturan esos múltiplos iniciales, mientras que el público entra más tarde en la curva de crecimiento. No es casualidad que haya creciente interés en vehículos alternativos (fondos pre-IPO, equity crowdfunding, SPACs en su momento, etc.) para acercar al retail a oportunidades previas a la bolsa – aunque con riesgos distintos, claro está.
El lado positivo: se filtran riesgos y burbujas
No todo son malas noticias. Permanecer privado más tiempo también significa que solo las empresas más sólidas y probadas llegan finalmente al público, evitando que inversores comunes financien proyectos extremadamente riesgosos o prematuros. Aspectos favorables de esta tendencia:
- Selección natural más estricta: En la era de la burbuja puntocom (finales de los 90), muchas startups sin modelo de negocio claro lograron salir a bolsa rápidamente aprovechando la euforia, solo para colapsar luego. Un caso famoso es Pets.com – fundada en 1998, hizo IPO en febrero de 2000 y quebró en noviembre del mismo año. ¡Apenas 268 días como empresa pública! Consumió ~$300M y cerró operaciones, arrastrando a inversores que compraron la acción. En el entorno actual, un Pets.com probablemente no lograría cotizar tan pronto; dependería de rondas privadas y, si su modelo es inviable, quebraría en privado o sería absorbida antes. Así, los inversores minoristas ni habrían entrado y se salvan de ese desastre. De hecho, tras la caída del 2000, los reguladores y bolsas impusieron requisitos más altos (historial financiero, flotante mínimo, gobernanza) que dificultan las IPO de compañías incipientes. Hoy típicamente vemos salir a bolsa empresas con ingresos significativos e incluso algunas con ganancias – algo impensable en 1999. Este filtro protege al público de invertir en “humos” o modas pasajeras sin sustento real.
- Menos volatilidad extrema inicial: Al tener negocios más maduros, las acciones post-IPO tienden a mostrar menos volatilidad caótica que aquellas puntocom cuya cotización subía o bajaba 50% en días por cualquier rumor. Por ejemplo, Google en 2004 ya era rentable y estable; su acción subió ~+18% el primer día y luego tuvo un crecimiento sostenido saludable . En cambio, theGlobe.com (IPO de 1998) ¡subió +606% en su primer día! para luego desplomarse a centavos. Que las empresas esperen a una etapa más avanzada para listarse implica que llegan al público tras demostrar product–market fit y cierta resiliencia. Los venture capitalists actúan como filtro de calidad: los proyectos inviables agotan el capital privado y nunca tocan el mercado bursátil. Así, el ecosistema startup asume más pérdidas de proyectos fallidos, aislando al inversor de a pie de esos fracasos.
- Empresas más consolidadas (menos riesgo de quiebra): Desde la perspectiva de la empresa (y de sus primeros empleados accionistas), retrasar la IPO permite crecer con socios estratégicos sin la presión cortoplacista de Wall Street. Esto puede ayudar a construir negocios más sólidos a largo plazo, que cuando finalmente cotizan ofrecen fundamentales más sanos. Un accionista retail que compra en la IPO de una compañía más madura quizá no obtenga un multibagger rápido, pero está invirtiendo en algo más consolidado que una startup verde. Hay menos riesgo de quiebra o fiasco catastrófico tras la salida. (Ejemplo: Facebook al salir en 2012 ya generaba ~$1.000M de utilidad anual; algo impensable en las IPO puntocom. Aunque su acción inicial tuvo altibajos, a largo plazo rindió muy bien.) En otras palabras, al invertir en una empresa que esperó más para su IPO, es posible que estés comprando un modelo de negocio más probado, con menos incertidumbre existencial.
- Aísla al público de ciertas burbujas: Al mantenerse privadas, algunas modas especulativas inflan valuaciones sin contagiar al mercado bursátil general. Por ejemplo, en 2021 hubo exuberancia en startups de entregas, fintech, crypto, etc., con valuaciones estratosféricas que luego se corrigieron en privado. Pensemos en la caída de Stripe de $95B en 2021 a ~$50B en 2023 – ese ajuste ocurrió en el mercado privado, no en público. Si todas esas empresas hype hubieran estado listadas, probablemente habrían arrastrado a muchos inversores individuales en la caída. En cierto modo, los VCs y fondos institucionales asumen la burbuja y su estallido, amortiguando el golpe para los ahorristas comunes. (No quiere decir que no haya riesgos en las IPO actuales – muchos unicornios tardíos aún no ganan dinero al salir, p.ej. Uber – pero al menos suelen tener trayectoria y activos reales, a diferencia de la puntocom promedio.)
En definitiva, que las IPO lleguen más tarde reduce la exposición del inversor minorista a empresas inmaduras o sobrevaloradas. El filtro privado sirve de cortafuegos ante fracasos estrepitosos. Esto no significa que invertir en IPOs hoy sea “seguro” – siempre puede haber decepciones – pero sí implica que en promedio las ofertas públicas vienen de compañías más robustas que hace 20 años.
Conclusión: un equilibrio complejo para el futuro
La transformación de las IPO refleja cambios estructurales en el ecosistema financiero. Para el inversor retail promedio, es cierto que “antes era más fácil hacerse millonario con una IPO”: las grandes tech solían llegar pequeñas al mercado público y dar saltos espectaculares en sus primeros años cotizando, generando enormes retornos a quienes invertían temprano. Hoy, buena parte de esa apreciación inicial de valor ocurre lejos del acceso público, en rondas privadas sucesivas. El upside temprano se privatiza.
Sin embargo, también se ha privatizado mucho del riesgo inicial. La moneda tiene dos caras: al invertir en una empresa que esperó más para su IPO, es posible que estés comprando un modelo de negocio más probado y con menos incertidumbre extrema. Se podría decir que las IPOs no han dejado de ser interesantes, pero su naturaleza cambió: ahora suelen ser hitos de compañías más maduras, con valuaciones ya altas (lo cual limita la ganancia rápida, pero aporta más estabilidad relativa). El minorista debe ajustar su estrategia a esta realidad, entendiendo que el mercado privado se lleva gran parte del pastel temprano.
¿Es esto “bueno o malo”? Depende de a quién le preguntes. Para fundadores y VCs, quedarse privado más tiempo ha sido beneficioso (pueden captar fondos masivos sin escrutinio público, y retener control mediante acciones de super-voto, etc.). Para el inversionista público, ha significado tener que buscar vías nuevas para participar en etapas de alto crecimiento – de ahí el mayor interés en startups vía crowdfunding, en fondos pre-IPO para inversionistas acreditados, o incluso en la polémica moda de los SPACs que en 2020–21 llevaron startups al mercado por la puerta de atrás.
Lo ideal quizás sería lograr un balance: ni volver a los excesos de IPOs prematuras y riesgosas, ni clausurar al público las puertas del crecimiento inicial. Después de ver algunas próximas IPOs (¿Figma? ¿Chime? ¿SpaceX?), está claro que el mercado evolucionó y no parece que el péndulo vaya a moverse al extremo opuesto en el corto plazo. En conclusión, las IPOs ya no son el negocio de antaño para vos o para mí, pero siguen siendo un elemento clave – aunque haya cambiado – en la creación de valor económico.