Cada vez más conocidos me cuentan que usan “charlas” con ChatGPT para atravesar un mal momento: desde una ruptura sentimental hasta la muerte de un ser querido o simples interacciones diarias. Y no puedo dejar de decirles que es un error.
Un analista humano puede incomodarte con preguntas duras, confrontarte con verdades incómodas o simplemente decirte: “estás equivocado”. Esa fricción —aunque molesta— es parte esencial del crecimiento. Un chatbot, en cambio, tiende a validar casi todo lo que decís. Y ese “confort” constante puede ser el inicio de un problema mucho mayor.
De hecho leyendo The Looming Social Crisis of AI Friends and Chatbot Therapists, Derek Thompson me hizo pensar que hay dos peligros al usar un chatbot/IA de terapeuta; el primero es que la IA “se equivoque” en una respuesta y el segundo, tal vez peor porque es a largo plazo, es que no te incomode nunca, porque esto implica que nunca te diga lo que evitás preguntar y que no señale que tu visión es parcial, errónea o limitada.
Y lo más irónico es que esto puede ser peligroso incluso cuando el corpus de datos que maneja la IA es infinitamente más amplio que el de cualquier terapeuta humano. El problema no es la falta de información, sino la falta de intención de confrontarte con ella.
La validación permanente suena atractiva —especialmente si estás atravesando un momento difícil—, pero elimina un componente clave de cualquier proceso de análisis o terapia: el desafío intelectual y emocional. El contraste que te obliga a repensar, a revisar creencias, a reconocer sesgos. Sin eso, nos quedamos en una burbuja de autoafirmación perfecta… y peligrosa.
La IA puede escucharte y “empatizar” con lo que decís. Puede incluso responder con frases que parecen cargadas de profundidad y humanidad. Pero no sustituye el reto que plantea otro ser humano: la incomodidad, la pregunta difícil, la observación que te obliga a mirar hacia donde no querías.
Al final del día, esto refuerza sin descanso lo que ya pensás, te coloca unas anteojeras intelectuales y pavimenta el camino hacia una generación de narcisistas. Es una trampa.